?Hermanos, si queréis exhortar al pueblo, hablad?. Existen diversidad de formas de hablar, y nuestra condición de cristianos nos ayuda a que sea (¡en tantas ocasiones!) el propio Espíritu Santo quien hable en nuestro lugar. Y al relatar el caso de mi amiga Sagrario (ya cumplidos los setenta), me ayuda a entender que también desde el dolor y el sufrimiento se puede hablar muy bien de Dios. Los que por naturaleza somos un tanto ?quejicas? ante el menor sufrimiento físico, nos admira ver a esos hombres y mujeres que, con gallardía, llevan adelante su enfermedad, también con sentido sobrenatural.
?Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: ?Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias?.? Sublime manera de hablar san Pablo acerca de aquél que poco conoció, pero que debió impresionarle profundamente. ¿Qué es lo que quedó grabado en el apóstol de los gentiles de la figura del Bautista: que su humildad y su abandono en Dios eran fruto de una vida que nunca tuvo en propiedad (?cuando estaba para acabar su vida?), sino que pertenecía exclusivamente a su Señor. Semejante desprendimiento resulta una ?bofetada? para los que, con remilgos, buscamos justificarnos porque aún no hemos obtenido el antojo pertinente. Mirar a estos personajes es contemplar el mismo rostro de Cristo que, desde el Huerto de los Olivos hasta su muerte en la Cruz, nos interroga acerca de nuestras preocupaciones. ¿Será para tanto?
?El que recibe a mi enviado me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado?. ¿Nunca nos hemos parado a pensar que alguien que llora o sufre con sentido cristiano (o quizás sonría por no hacerte sufrir a ti), desde el lecho de su enfermedad, se transforma en verdadero apóstol de Cristo? ¡Con qué ?instrumentos de guerra? nos enfrentamos ante el mundo!
Esas mismas armas las conocía María, la Madre de Jesús: ?¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!?? Clarificadoras palabras de Simeón, mientras bendecía a la Virgen y a José, su marido.