Ante la Santidad de Dios el hombre más santo se siente miserable. Esta experiencia no tiene nada que ver con los escrúpulos o la culpabilidad. Es como estar situado en la perspectiva correcta. Por eso es sano para el cristiano todo lo que le permita acercarse a la Santidad de Dios. Solemnidad en la Liturgia, adoración al Santísimo… toda banalización es como una anestesia.
No temas. El Señor le dice a Pedro que no tema. La experiencia de nuestra pequeñez puede causar vértigo y miedo, miedo a no ser adecuado, a no ser aceptado por Dios. Eso nos puede llevar a escondernos, al disimulo, a la autojustificación, incluso, qué vanidad, a desdibujar a Dios mismo, a «democratizarle», todo para poder mantenernos en pie ante El.
Pedro, tú solo no podrías llegar ni a la vuelta de la esquina, pero yo haré de tí un pescador de hombres